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Enredando los dedos en el viento descubrí
que el cierzo precisa amazona que domeñe su montura.
No alcanzaremos una plenitud completa mientras no podamos asumir que el camino que recorremos lo hacemos nosotros mismos: con nuestras decisiones, con nuestra mirada hacia el mundo, con nuestras actitudes, con nuestros deseos y comportamientos.
Siento que la oscuridad en la que a veces me sumerjo haya hecho que muchos de los que hasta ahora me habíais acompañado, no paseéis ya por el hayedo. Lo lamento profundamente. Sin embargo, esta Lamia tiene pocos espacios en los que dejar los restos que arrastra su peine. Pocos lugares en los que verter lo que realmente anida en su interior.
La primavera está haciendo que las ramas de las hayas vuelvan a llenarse de color. Crearán en breve un espacio acogedor en el que guarecerse cuando el sol apriete. Voy a esperar vuestra vuelta. Y, para ello, seguiré cuidando el entorno tratando de que el color se imponga a la oscuridad.
J., que fue compañero de carrera y es, creo, compañero de profesión, mantiene el blog Cosas de Cumbres. En él deja pistas gráficas y literarias de sus paseos por las cimas navarras y de los bosques que atraviesa para llegar a ellas. Es un blog que habla de retos, de metas, de amplios horizontes, de paz….
No es la primera vez que traigo a este bosque alguna de sus referencias. En una de las excursiones a sus paisajes con las que de vez en cuando me premio, he encontrado esta instantánea de la Selva del Iratí: un bosque de hayas que empieza a vestirse con los primeros signos de la primavera. Todavía se ven las hayas desnudas, con un pequeño manto de musgo en su base; algunos brotes verdes que emergen entre restos de las hojas que cayeron con la llegada del invierno. La vida vuelve al hayedo.
Y, con su permiso, transcribo la entrada de su blog, que espero os animéis a visitar, además de llenar de primavera este bosque con una renovación de imagen:
“Aunque existieran la pobreza, las ofensas, los fracasos, nadie lograría extinguir jamás esa luz que les llegaba del misterioso bosque, revelándoles lo simples y verdaderas que podían ser las cosas”.
(Gustavo Martín Garzo, La princesa manca)
Gracias, J.
Luis Antonio de Villena publica hoy esta pequeña columna en el suplemento “Fuera de Serie”, de Expansión:
¿Qué amamos en ellos? ¿Qué tienen de especial los gatos para quienes gustamos de ellos y aún nos declaramos devotos o rendidos admiradores? Baudelarie, el poeta del pelo verde, dijo en un célebre soneto (de sus Flores del Mal) que los gatos eran sobre todo amados por los enamorados fervientes y por los sabios austeros. Comunes, siameses o persas, los gatos se pasean por las alfombras y duermen en grandes cojines o en sofás que ellos escogen…. Ahí está su misterio: son perfectos, nunca parecen necesitarnos. Cuando los buscamos huyen, cuando no nos damos cuenta se suben a las rodillas y duermen para nosotros el sueño de la seducción y la maravilla. Cómprese un gato. Son diferentes.
¿Alguien vio un lindo gatito? Yo tengo a Simba. Y, efectivamente, hace lo que le viene en gana. Cuando quiero abrazarlo no se deja. Sin embargo, hay momentos en que parece darse cuenta de mi necesidad de amor. Y se acerca. Y me acaricia con el morrito. Y se pasea por encima de mi pecho, de mis rodillas… buscando un huequecito cómodo en el que tumbarse y ronronear. ¡Qué delicia!
Si. Yo tengo un gato. ¿Soy una enamorada ferviente o una sabia austera? En cualquier caso…. SOY. Y ya es bastante. Vale de abismos. Nadie merece que un enamorado o un sabio camine por un pozo negro y oscuro.
Comienza el fin de semana y, por fin, ha salido el sol.
Sin embargo, y a pesar de que en este círculo de los ancistrus cada día me siento más cómoda, no puedo evitar leves momentos de debilidad y anhelar convertirme en pez de colores. Uno de esos que tienen vivos pigmentos que muestran al mundo entero con mucho orgullo y un punto de impertinencia.
Porque, eso si, los peces de colores se reconocen bellos. Se reúnen en compactos bancos que migran ejecutando un baile de formas sinuosas y cálidas que adormecen y embelesan a quien contempla su danza. Son vistosos. De movimientos ágiles. De respuestas inmediatas.
No como los pobres barrefondos, que se deslizan por la pecera en una cadencia lenta y concienzuda, lejos de improvisaciones. Los ancistrus también se adaptan al medio: pasan de oscuro a más oscuro. Vamos, que se mimetizan con el ambiente para pasar desapercibidos mientras desarrollan esa indispensable labor de control y limpieza que nadie más puede hacer.
Pero, claro, quienes admiran la pecera jamás reparan en esos gorditos, un poco feos y torpes animalitos. Sólo tienen ojos para los peces de colores, que se mueven sin ton ni son de un lado a otro de la pecera, que dibujan trayectos imposibles sin apreciar el trabajo de los barrefondos, que no dudan en realizar movimientos imposibles con tal de acceder al bocado más apetitoso de los suspendidos en el agua u ocupar el más recóndito espacio de las plantas ornamentales que pueblan el acuoso habitáculo.
¡Son tan bellos! También yo me encuentro a veces ensimismada contemplando los elegantes movimientos de esos exóticos especimenes. Olvidando que sólo soy un ancistrus¸ que recorre los muros limpiándolos de la basura que los peces de colores dejan a su paso. Porque, eso sí: hay que reconocerlo. Los peces de colores son bastante cochinos, por no decir sucios. Sin el oxígeno que renueva la calidad del agua, sin los barrefondos –ocupados en una limpieza constante–, los exóticos bichitos resultarían menos atractivos. ¿Quién querría contemplar una pecera maloliente, de aguas estancadas y turbias?
Sin embargo, y a pesar de todo, definitivamente quiero ser un pez de colores.
La foto, aquí.