lunes, 11 de mayo de 2009

La Biblioteca

Siempre la recuerdo arrebujada bajo las sábanas, tratando de guardar el calor en aquellas largas noches de invierno, y bien cerquita de la pequeña lámpara de la mesilla, cuya luz matizaba un pañuelo. Leía a pesar de que yo dormía en la cama contigua. Lo hacía a hurtadillas de nuestros padres, que no entendían que la noche avanzara mientras ella pasaba páginas y páginas soñando despierta. Les molestaba que perdiera horas de sueño. Temían que su rendimiento académico se viera afectado. Sin embargo, ella nunca confirmó sus temores. Y, noche tras noche, seguía leyendo.

Durante el día, la secuencia era parecida. Antes de comer, cuando volvía del colegio, los fines de semana, en los minutos previos a la cena. Lorena siempre estaba en el sofá grande del cuarto de estar sumergida en sus libros. Mientras Carlos y yo correteábamos por la casa, ella permanecía estática: inmersa en una historia distinta cada semana.

Ahora que lo pienso, Lorena tenía a quien parecerse. Desde que yo misma era bien pequeña, nuestro padre pasaba aquellas interminables tardes de invierno con un libro entre las manos y la música de Chopin sonando en el radiocasete. No es casualidad –creo– que, muchos años después, el compositor polaco ponga la banda sonora a las lecturas de mi hermana y, sobre todo, a esos momentos concretos en los que Lorena se sienta a la mesa, aporrea el ordenador y escribe folios y folios, uno detrás de otro.

A mí, que nunca me han gustado los libros y que sólo ahora -después de que Lore haya perdido la paciencia– empiezo a encontrar el placer de pasar las páginas embebida en una historia ajena, me maravillaba la capacidad que ella tenía para desaparecer entre aquellos pocos cientos de hojas. Cuando Lorena leía abandonaba este mundo. No existía para nosotros. Viajaba a parajes desconocidos con Julio Verne, investigaba misterios imposibles con Los Hollyster, a veces se perdía en aquellas Torres de Malory que le prestaba esa amiga que tenía abuelos, y paga, y posibilidad de adquirir muchos más libros de los que mi hermana podía permitirse. La recuerdo visitando la casa de mis primos, dos chicas y tres chicos, que habían organizado una biblioteca considerada por mi hermana como una extensión de la suya. La tolerancia de mis tíos y la complicidad de mis primos le permitían extraviarse en aquellas hileras de estanterías siempre buscando títulos sugerentes que conformaban un auténtico laberinto en el que ella se desenvolvía como pez en el agua. Y, además, entre los ejemplares que Lorena se llevaba a casa después de un cuidadoso estudio de ediciones, portadas, contraportadas y pestañas, siempre había alguna novela ambientada en el ámbito sanitario. No en vano uno de nuestros primos estudiaba medicina y las dos primas iban para enfermeras. En aquella época, la única aspiración de Lorena era estudiar Medicina. Para ello se esforzaba con las matemáticas, la física y la química; materias, sin embargo, para las que la naturaleza no la había dotado.

Lorena siempre andaba a la búsqueda de una nueva oportunidad para conseguir libros. Que viajábamos con unos tíos a pasar un fin de semana fuera: ella se inventaba un motivo completamente inverosímil para justificar la compra de un libro. Y ellos, que no sabían resistirse a sus encantos, acababan buscando una librería y aguantando el rato interminable que Lore quisiera emplear en elegir su próxima lectura. Que eran las fiestas de la ciudad y colocaban los puestos de venta al aire libre en el paseo, ella buscaba la caseta de libros de viejo y convencía a cualquiera que tuviera cerca para que le regalara uno. Que llegaban las navidades: libros. Que celebraba su cumpleaños: más libro. Eran siempre novelas muy gordas, con mucha letra. Quizá no las mejores pero eran las que más duraban. Nuestra habitación acabó convirtiéndose en una auténtica leonera con publicaciones en equilibrios imposibles por doquier para mi desesperación y, por supuesto, la de mi madre.

El día que Lorena tuvo que dejar nuestra casa lloró. Lloró cuando se fue a Madrid con aquella beca que nunca pensó que le darían. Volvió a llorar cuando la destinaron a aquella pequeña ciudad de provincias en la que le aseguraron que sólo estaría unos meses. Lloró cuando fue consciente de que los meses se hacían años y ya no iba a volver a casa. Pero, sobre todo, Lorena lloró con rabia, con absoluto desconsuelo, el día en que nuestra madre desmontó el cuarto que había sido su morada y la biblioteca, que tantos libros había albergado, dejó sin hogar a sus inquilinos. Lorena lloró desconsolada cuando se dio cuenta de que muchos de esos libros de viejo (antiguas novelas de amor, añejas ediciones de grandes obras literarias, curiosidades bibliográficas) que tanto tiempo y esfuerzo le costó conseguir, habían pasado a engrosar mi biblioteca o los restos de la de nuestro padre. Yo, que nunca había sido aficionada a la lectura, reclamé como míos títulos que ni había leído ni leería jamás. Al otro lado del teléfono, Lorena me recriminaba no haber estado más atenta para evitar que nuestra madre reclamara como propios ejemplares que sólo a mi hermana pertenecían.

Lorena, sé que en alguna ocasión ha llegado a escribirlo, perdió en ese momento parte de su identidad. Parte de su historia se escondió entre las páginas de los libros desaparecidos.

Lorena, que alguna vez ha reconocido que su biblioteca albergaba también algunos ejemplares fruto de pequeños hurtos en otras bibliotecas familiares, lloró por la pérdida de títulos que eran parte de su historia, de su vida. Pero sin ninguna duda, las lágrimas más puras que Lore vertió tuvieron por objeto aquel viejo “Guerra y Paz”, que habiendo pertenecido a nuestro padre, mi hermana consideraba parte de su propia herencia intelectual. Casi al mismo nivel de pérdida se encontraban dos grandes encuadernaciones que contenían las colecciones de revistas literarias que él también había atesorado y una serie de publicaciones de variedades que incluían relatos y fotografías. Cuando Lorena se enteró de que la hermana de nuestro padre había reclamado ambos ejemplares como suyos, se transformó en una auténtica arpía. Una bruja capaz de amedrentar a cualquiera que se interpusiera en su camino. Y entre gritos y amenazas múltiples consiguió que nuestra tía le hiciera entrega de unos tomos que yo jamás he vuelto a ver y que creo que Lorena escondió tan bien que ni ella misma sabe ahora dónde se encuentran.

Lorena leyó antes de los doce años libros que ahora creo que no volvería a considerar. Grandes historias de la Guerra Civil española, algunos clásicos rusos, mucho Luis Vigil, Torcuato Luca de Tena… En definitiva, aquellos libros para adolescentes que tan de moda estuvieron en los primeros años de la Transición. Juan Marsé, Torrente Ballester, Antonio Gala, Miguel Delibes…son algunos de los nombres que componen su biblioteca. Ese espacio para el que nunca encuentra un lugar apropiado y con el que siempre sueña.

Mi hermana ha expresado siempre el deseo de contar con un espacio propio en el que poder escribir rodeada de sus libros. Un lugar en el que atesorar todos y cada uno de los ejemplares que pasan por sus manos y de los que odia desprenderse. Una costumbre a la que, sin embargo, ha tenido que renunciar recientemente ante la imposibilidad de albergar en el pequeño piso que habita los cientos y cientos de títulos y ejemplares a los que mi hermana se aferra con tanto tesón. Incluso esa creciente colección de novelas rosas a las que tan aficionada ha sido y de la que sigue sin avergonzarse a pesar de reconocer que es una basura intelectual. Sin embargo, desde que yo puedo recordar, recurre a ella siempre que el ánimo flaquea y el vacío se instala en su corazón. Porque entonces, Lorena hace lo que mejor se le ha dado siempre: vivir otras vidas a través de los libros. Esas existencias que a ella le encantaría poder escribir y que, sin embargo, jamás será capaz de alumbrar.

12 comentarios:

  1. Por el comienzo de una nueva historia que seguro que nos trae más historias ... y sobre todo, por dejarme estar ahí, por dejarme pasar a tus lugares casi sin llamar... Aunque me siento un poco "cotilla-voyeur" a la vez me hace sentirme AMIGA. Que no es poco. Por el próximo-cercano gin tonic... que puede comenzar con algo más suave... unas coronitas!!! Que tengas-tengamos buen día y atrapemos, al final de la jornada, todo lo bueno que nos está esperando... y que me ayudas a encontrar y reconocer. (un poquico hortera ya soy, eh, cuando le doy a la tecla con sentimiento)

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  2. Pues yo me siento muy cerca de tu hermana, yo más que leer devoraba...siempre he soñado con una casa dónde una de las habitaciones más grandes disponer de una gran biblioteca de techos altos...

    Abrir cada libro hay que hacerlo con cuidado es una historia frágil y hay que respetarlo ...acariciar sus lomos ...vivirlo poco a poco ...

    Yo tambien tuve que desembarazarme de muchos libros cuando hice un cambio de domicilio ...aunque busque la parte positiva y es que otra personas pudieran disfrutar de todas aquellas vidas de las que yo disfrute antes

    Un saludo Lamia

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  3. No eres nada hortera, niña. Eres un cielo y tienes un corazón mucho más grande que tu. Después de una noche de insomnio tus palabras son puro bálsamo.
    Y, ahora, a por los coches... A ver cómo terminamos el día.

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  4. Es curioso... pero no deja de asombrarme que cada vez que cuelgo algo en la red los que me leéis me atribuyáis a mi el protagonismo del texto.
    A veces si, a veces no. En algunas ocasiones soy la protagonista y en otras gente que tengo cerca, de vez en cuando personas a las que ni conozco, e incluso también a veces una ficción absoluta...
    En cualquier caso, me alegra haber sido capaz de describir una situación que tu sientes tan cercana.

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  5. Hay una cosa importante que no sé si existe, la sincronía.

    Después de leer esto, cuando se me llevo el coche la grúa, me vino a recoger mi hermana, que para mi que utiliza consigo misma un lenguaje inapropiado: invoca la realidad pero no dice falacia. Dice salvación dónde debería decir entretenimiento.

    Bueno pues la sincronía. Hablaba de salvación Mapi y de pronto, después del rezo del "nadie nossalvasevivecomosesueñasolos" dije.

    -Pero yo, según tú, me he salvado. ¿Quién me ha salvado y de qué?

    -Nadie tía, tú te has salvado sola, bueno, a ti te han salvado tus libros.

    Y me acordé de este texto, claro, porque el posesivo sobraba, ¿verdad? Nos debemos una birrita. besicos, te estoy releyendo atenta.

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  6. Pedazo de texto.
    Me lo vuelvo a leer.
    Y tomo nota del enlace.

    Kisses,

    M

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  7. A veces, tan sólo a veces, el cantor tiene razón. Así decía una bonita canción de no recuerdo quién, pero escuchar a un "cuentista" a veces activa un resorte que estaba bloqueado por un poco de pudor. Me alegra que hayas decidido relatarnos este pequeño cuadro de alcoba... y de literatura.

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  8. Va por tí y por los poetas, escritores, redactores y gente con ganas de decir algo...aunque sea bonito.
    http://alasdeplomo.com/2009/05/13/a-veces-algunas-veces/

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  9. Marta, gracias por tus relecturas. Están soltando ese resorte bloqueado del que habla Carlos.

    Para la otra Marta, gracias por tus visitas. Y por tus palabras.

    Carlos, procuraré escribir más bonito...

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  10. No quría decir que no lo sea. Intentaba hacer una figura estitística que no sé si sería una paradoja, una antítesis o como diablos se llame. algo como lo de que hablen de tí, aunque sea bien.
    Ves como no sé escribir...

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  11. Carlos, no te voy a echar piropos porque hoy no toca pero había entendido lo que me querías decir. No te preocupes. Soy consciente de que, opaco o brillante, lo comprendes y te gusta.

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  12. Me gusta sólo lo bueno, diríamos que soy un pequeño aprendiz de lengua española, que mira con arrobo a los "escritores" y hasta con envidia...

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