miércoles, 9 de junio de 2010

El Hada de las Flores

Recuerdo que cuando P., L. y M. eran pequeños, muy pequeños, hicimos una excursión al monte en un todoterreno que tuvo mi hermano y del que se desprendió después de haberlo machacado por todos los montes de Navarra y sus alrededores. Un cacharrete de color indefinido en cuyo interior, como consecuencia del ruido que hacía en cuanto se ponía en marcha, era imposible mantener una conversación coherente.

El trasto de las cuatro ruedas era todo un descubrimiento para los enanos, que subían a él con esa especie de veneración con la que los expertos analizan una obra de arte. El coche de su tío era para ellos un territorio prohibido, una puerta al mundo de los mayores. Porque una invitación para viajar en él suponía siempre un privilegio y, por supuesto, una aventura.

Aquél día, F. nos llevó a un lugar poblado de hayas. Un espacio plagado de árboles centenarios que hundían sus raíces en el suelo recreando un escenario fantástico para el que yo sólo tuve que describir la aventura.

Desde muy niña me ha gustado imaginar historias y contárselas a mis hermanos.

Aquél día rememoré una vez más algunas largas tardes de verano en las que el viejo atrio de una iglesia servía de punto de reunión para una caterva de críos que nos reuníamos fuera de la vigilancia de nuestros padres y que constituían un excelente y agradecido público que escuchaba con atención las decenas de historia que yo inventaba para ellos.

Cuando recorrí el hayedo en compañía de mis niños reviví aquellos momentos. Y les hablé de las lamias que pueblan esos lares, y de los gnomos que se esconden en diminutas casas que construyen entre las raíces cubiertas de musgo. Todavía recuerdo aquellas caritas expectantes que pasaron una tarde entera viendo a los gnomos que corrían de un árbol a otro y esperando descubrir el peine abandonado de una lamia. Si alguien pregunta a P. por aquella excursión todavía sonríe y asegura que aquel día imaginó ver una legión de gnomos.

Lástima que cuando nos hacemos adultos perdamos esa capacidad de asombro y fascinación. Mi proceso de maduración personal, sin embargo, se saltó una fase porque una pequeña parte de esa alma de niña permanece en mí. Sigo buscando lamias, hadas y duendes. Sigo pensando que se encuentran escondidos en un mundo que, sin embargo, reniega de ellos.

La búsqueda tiene, sin duda, una recompensa. Hace no demasiado tiempo he encontrado un hada. Una especial: bella, bondadosa, dulce…. Un hada que ha olvidado que un día vivió en un bosque repleto de flores. Un hada que tuvo que adaptarse a vivir en nuestra realidad y cuya memoria anterior se borró para siempre. Sólo una cosa recuerda que alguna vez perteneció a otro mundo: su arte, la delicadeza con la que es capaz de transformar una rosa en un mensaje de amor; la dulzura con la que convierte las fresias en un poema amable; la capacidad de intuir que los lilium son mis flores favoritas.

Mi Hada de las Flores es como un hada madrina: nunca sabes dónde está, unas veces la sientes cerca, otras intuyes que no está muy lejos y siempre se materializa cuando intuye que me siento sola. Sus manos tienen un poder sanador. Un abrazo suyo vale mucho más que algunos “te quiero”.

El Hada de las Flores reina en un espacio alegre. Lleno de luz. El sol se filtra a raudales entre las plantas que la protegen del mundo. Incluso cuando fuera de su casa el sol se esconde tímido tras las nubes, ella brilla con luz propia.

Mi querida Hada de las Flores sabe cuando y cómo escucharme, lo que necesito y no quiero oír, lo que me conviene, lo que deseo y lo que detesto. Mientras cuida su jardín piensa en aquello que hago, lo madura, lo analiza y encuentra siempre un buen consejo que darme cada vez que me acerco a ese mundo de fragancias y colores que es su casa.

Mi alma de niña trata de averiguar de qué mundo fantástico pudo escapar este Hada y quién decidió convertirla en mi Hada madrina.

M. C., te quiero mucho.


Fotografía, aquí.

5 comentarios:

  1. Espero que no le pidas al hada el príncipe azul... y no beses a los sapos del estanque, que sólo son batracios babosos. Las hadas sí que existen, pero los principes No.

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  2. No, querido. Hace tiempo que descubrí que no había príncipes azules, ni rojos, ni de colores. Sólo hombres de carne y hueso con las mismas debilidades y virtudes que pueden adornarme a mí. Y casi hubiera preferido que mis príncipes soñados se convirtieran en batracios.... Ranas peludas y simpáticas. Ahora que lo pienso.... no estaría nada mal.

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  3. Aquí no hay hayas, hay pinos y encinas. Pero tenemos ríos. El Tajo no está lejos, una pequeña excursión. Y mis pequeños, R., L. y A., han visto con sus propios ojos el lugar donde, tiempo ha, nacían las sirenas. Porque éstas nacen en los ríos puros y de aguas clara, ahí abajo, en las oquedades de las rocas, en lo profundo de las pozas.
    Y vimos las flores donde viven las hadas en sus primeros años de vida... y las mariposas alzaban el vuelo a nuestro paso y volvían a posarse tras nosotros...
    Sí, existen hadas y duendes, elfos y gnomos... Sí, existe la magia y está a mi alrededor, en mi interior, en tu interior... ¿No la sientes?
    No la pierdas nunca, nunca le des la espalda, déjala brotar desde la punta de tus dedos, que invada tu espacio...
    Te deseo felicidad (llena de ranas peludas y simpáticas, muy bueno).

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  4. Muchas gracias, anónimo por sus tus buenos deseos.

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