8/3/10. Hace mucho frío. Lo siento en los huesos, en las articulaciones de mis dedos, en la rodilla izquierda. El ambiente se ha vuelto gélido de repente. El sol, que calentó mi hogar la semana pasada, se ha escondido. He tenido que volver a encender la calefacción. He sacado el chaleco de plumas. He vuelto a ponerme las botas, que ya estaba pensando recoger hasta el próximo invierno. He recorrido las calles embutida en el abrigo y ahorcada en mi bufanda gris, como el día.
Por eso, he puesto fin a la jornada escondida en mi salita, rodeada de mis cosas: mi música, mis libros, el gato de P. (aunque soy yo la que lo alimenta y lo cuida).
No se qué tiene este tiempo desapacible. Hace que vuelva los ojos al pasado. Por él circulan una serie de imágenes, que me siento incapaz de destruir, recuerdos y sensaciones. Pero me rodea el sol: ése que yo he fabricado dentro de casa con el color amarillo de las paredes y los tostados del sofá. Y una pequeña alfombra que simula el mar, de tan azul que es. Una tela, avejentada antes de tiempo gracias a los zarpazos de Simba y las meriendas de P., que me resisto a tirar. Tejidos en sus filigranas hay algunos recuerdos que siempre me acompañan.
Esta noche me he dado además un baño de imágenes. Vivaldi ha recreado el sonido de un mar encrespado, que lame acantilados y playas. Ha pintado en el ambiente cientos de colores que anuncian la primavera. El arco ha vuelto a rasgar las cuerdas nostálgicas de los violines llorando gotas de lluvia que lavan las nuevas flores que brotan por doquier.
Y mientras todo esto ocurre, doy vueltas a una promesa que he hecho esta mañana: voy a limpiar el hayedo de hojas muertas. Intentaré almohazar el musgo que tapiza las lindes del sendero. Con un buen acero desbrozaré las ramas más viejas: ésas que se retuercen y se enredan con los nuevos brotes apagando la luz que filtra desde lo más alto del bosque. Abriré nuevos caminos para que el aire puro renueve el ambiente. Sendas estrechas por las que los amigos puedan caminar sin tropiezo. Veredas y trochas que serpentean entre las viejas hayas. Y, en medio, un claro tapizado de hierba y musgo en el que descansar y reponer fuerzas. Allí estaré esperando a todos los amigos que quieran acompañarme.
Se me olvidó tomar la medicación esta mañana. ¿Estaré desvariando?
Estupendo escuchar a Vivaldi mientras la nieve casi desaparecida en los techos de mi ciudad...
ResponderEliminarBonito post, visible y hogareño
Un saludo
Hola Azul. Aquí no nieva, pero el frío incita a permanecer resguardadito en casa.
ResponderEliminarUn abrazo.
Me encanta Vivaldi. Pero cuidado con las ramas más viejas, antes de tirarlas pregunta si hay algún viejo en tu hayedo acurrucado para no pasar frío, no me agradaría terminar en el fuego del hogar o en un contenedor de basura.
ResponderEliminar- Jubi, que no somos viejos, somos mayores.
Claro y cada vez mas encogiditos.
Un abrazo
¡Anda ya! Ni viejo ni encogidito... Pero miraré con cuidado antes de cortar por si andas cobijado en algunos de mis claros.
ResponderEliminar