Amanece despacio, de una forma distinta.
Atardece también de otra manera.
Los cúmulos de nubes que jalonan la carretera por la que vuelvo a casa esconden un sol perezoso, que se niega a calentar más. Un sol que cambia de aspecto y torna del naranja al rojo.
En el alcorque junto al que dejo mi coche, dos gatos adultos, un cachorrito y un perro perdido esperan mi llegada. Me acompañan hasta la puerta, se frotan contra mis piernas y me dejan las pulgas que, cansadas de esconderse en sus pelajes, prefiere el calor generoso de mis leggins.
Paseo.
Paseo y pienso.
Pienso en el directivo que hace un par de meses me recibia en la puerta de su empresa y el viernes pasado bajó la mirada para no conocerme.
Paseo.
Y pienso.
Mi nuevo hogar me regala cosas: más tiempo libre, música a partir de las siete, más kilos, libros nuevos.
Mi nuevo trabajo me quita cosas: la inspiración, el deseo de hacer poesía, la ilusión de compartir mis éxitos. Me roba a P.
Mi vida nueva cura heridas viejas. Llega el olvido...
No hay comentarios:
Publicar un comentario